martes, 30 de noviembre de 2010

Vacaciones a ritmo lento

El turismo “slow” es lo último en materia de viajes. Ecológico y cultural, reniega de escapadas y tours. Los destinos favoritos.

Paquetes para conocer cinco ciudades en una semana, estadías en cadenas hoteleras impersonales, almuerzos relámpago en restaurantes de “fast food” y vuelos con múltiples escalas para abaratar costos ¿Agotador? Para la mayoría de los turistas, en todo el mundo, el ocio es un trabajo y las vacaciones, una seguidilla de jornadas estresantes de las que se vuelve más extenuado que antes de salir. Con el caracol como emblema y la lentitud como estandarte, el movimiento “slow” propone batallar contra la tiranía del reloj, para disfrutar del tiempo libre con otro ritmo.

Comer “slow”. “¡Paren el mundo que me quiero bajar!”, reclamaba Mafalda. Estrés, ataques de pánico y ansiedad sirvieron como detonador para el movimiento “slow”, una tendencia que busca revalorizar el placer, conectarnos con nuestras acciones e impedir que las agujas del reloj marquen el ritmo vital. La manifestación más visible del movimiento es el fenómeno del “Slow Food”. Este nació en 1986 cuando grupos de izquierda, anarquistas, conservadores y ecologistas convergieron en Piazza Spagna de Roma, para evitar la construcción de un local de McDonald’s; la encarnación del mal para cualquier militante “slow”. “La comida slow rescata las viejas tradiciones culinarias, revaloriza la producción artesanal y promueve un comercio justo”, explica Santiago Abarca, principal referente del movimiento en la Argentina.
Si pierde los estribos cuando su empleado no termina una tarea a tiempo, o alguien tarda meses en devolverle un libro o su hijo invierte media hora para resolver un problema matemático; usted se quedó en el pasado. Desde el 2004, cuando el periodista canadiense Carl Honoré público el libro “Elogio de la lentitud” y sumó nuevos postulados al movimiento, tener sexo, trabajar, leer y aprender lentamente no es de lerdos: está de moda. El virus de la lentitud ya se ha propagado y conquistó a la industria turística, para la que acuñó el término “turismo slow”. Aunque carece de una organización formal, se reproduce y multiplica en foros y páginas web.
Voy en tren. El postulado más fuerte de este tipo de turismo tiene que ver con el tiempo: para conocer un sitio en profundidad, disfrutarlo y comprenderlo hay que quedarse, como mínimo, una semana; por más caro que resulte. Y nada de transportarse en avión, auto u ómnibus. Lo ideal es caminar o priorizar transportes ecológicos como el tren y la bicicleta.
Para ser un verdadero turista lento hay que rebelarse contra la tiranía de los “must” y apostar por la vagancia. Uno no tiene por qué subir hasta la punta de la torre Eiffel si lo que desea es mirar a los transeúntes desde algún café de la Rive Gauche o vagar por Montmartre. ¿Para qué llevar una guía turística? Explorar una ciudad implica estar abierto a perderse, a improvisar o simplemente a pedir consejo a los locales. También hay que escaparse de los paseos en ómnibus que le dan al turista un pantallazo superficial y evitan cualquier contacto con la realidad. Además, es recomendable darle un respiro a la cámara fotográfica y dejar la filmadora en casa: no hay nada atractivo en el trayecto desde la Panamericana hasta el Valle de Calamuchita.

Profundidad. Otra de las maneras de captar la esencia del lugar es tomar clases del idioma en cuestión u hospedarse en casas de familia. Claro que si no concibe la idea de convivir con “un nativo”, puede alquilar un departamento o instalarse en un apart hotel. Ahora bien, si quiere alcanzar el verdadero clímax del turismo slow, anímese a cocinar con los ingredientes del lugar, no por nada el movimiento nació con la gastronomía. Un turista slow debe consumir pastas en Italia, rosa mosqueta en Bariloche y tamales en Salta, lo que Abarca llama “alimentos de kilómetro 0” porque se consumen en la zona donde fueron producidos. Almorzar un combo de hamburguesas, deglutir un desayuno americano o visitar un restaurante de cocina internacional es una herejía.
Los pilares del slow travel se vinculan con el turismo mochilero pero esta filosofía no pretende ser hippie. “Se acercan profesionales que están de vuelta. Ya fueron a la torre de Londres, a las pirámides y al Louvre y no quieren ver un show tipo Disney”, explica Francisco Klimscha, dueño de la agencia Slow Travel de Chile, que organiza viajes por los viñedos mendocinos. Aunque la planificación y los paquetes tengan poco que ver con el viajero slow, varias agencias se sumaron a la tendencia y evitan itinerarios fijos. Prefieren hoteles que reciclen o que utilicen energía solar y que los visitantes aprendan a cocinar lo que comen.
Buenos Aires. Los que piensan que lo único slow de Buenos Aires es el tránsito, que los trenes no son aptos para extranjeros y las calles, un verdadero peligro; están equivocados. Según Alejandro Creus, dueño de la agencia Altournatives, la diferencia de este tipo de viaje está en el enfoque, no en las prestaciones del lugar. Así que los turistas slow ya pueden arriesgarse a contratar un tour en bicicleta por San Telmo, viajar al Tigre en tren y disfrutar de los bodegones, pizzerías y parrillas porteñas.

 

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